Pero no logran resolver nada más allá de la superviviencia inmediata de un puñado de habitantes que se limita a mover paladas de cualquier residuo de un lugar a otro.

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Estamos a 5 kilómetros de la frontera con Honduras, cerca de donde el río Motagua libera sus aguas marrones en el mar Caribe. Todos los días, a las ocho de la mañana, una cuadrilla de 15 mujeres y hombres vestidos con camisa de manga larga, pantalón y botas desembarca en la playa desierta cargando palas y rastrillos. Su tarea es limpiar la basura que el Motagua y la marea han depositado en la arena. Cada uno arma montoncitos de desechos: cubiertos de plástico, botellas, chancletas, cepillos de dientes, pedazos de duroport, restos de juguetes y ramas. Una cuatrimoto recoge la basura y la deposita un poco más arriba, al aire libre, fuera del alcance de las olas. 

Empleados del MARN, en su mayoría originarios de la aldea El Quetzalito, limpian la playa donde desemboca el río Motagua. Noviembre 2019. Simone Dalmasso

Un camión se la llevará en algún momento. 

Cada día, los trabajadores limpian unos 60 metros de playa. Cada noche, las olas deshacen el esfuerzo y vuelven a ensuciar la playa con desechos nuevos.

-¿No se desesperan?, le pregunto a César Dubón, habitante de El Quetzalito, la aldea más cercana de donde provienen todos los trabajadores. Él es quien dirige la operación de limpieza.  

-No. Es chance. Así sobrevivimos. 

Desde hace tres años, el Ministerio de Ambiente contrata a 35 habitantes de El Quetzalito para labores de limpieza de playas y clasificación de la basura. En una aldea con escasas fuentes de trabajo, este empleo es una bendición. 

 Pero sigo sin entender el sentido de este esfuerzo en una playa donde nunca llegan turistas.

-¿De qué sirve limpiar si a los pocos días va a quedar igual?, pregunto. 

Me contesta Josué Ayala, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo de El Quetzalito, un pescador de 31 años, atlético, optimista, con dos dientes de oro que pone a brillar con cada sonrisa. Ayala también trabaja para una ONG ambientalista llamada Mundo Azul que hace educación ambiental, protege rayas y tiburones y busca que la pesca sea sostenible. 

Un par de objetos insólitos encontrados en el basurero de plásticos, en la playa donde desemboca el río Motagua. Simone Dalmasso

-Lo que pasa es que si no limpiamos, viene la ola y se lleva la basura para Honduras. 

Esto es lo que el Ministerio de Ambiente de Guatemala (MARN) intenta evitar. Un pleito diplomático enfrenta a los dos países por los desechos que acarrea el Motagua y se depositan en las playas de Omoa y Puerto Cortés. Guatemala se ha comprometido a tomar acciones, y parte del compromiso es esta cuadrilla que barre la playa como Sísifo subía su piedra a la montaña sólo para ver cómo caía de nuevo. 

Un poco más allá, en donde la arena cede el paso a la vegetación, los trabajadores han acumulado una inmesa pila de botellas de plástico. Son miles y miles de botellas de refrescos, Coca Cola, Sprite, Big Cola, Raptor, C Fruit, Cielo, De la Granja, Deporade, que forman una mancha multicolor que afea el paisaje. Es la cosecha de un año, explican los comunitarios. Las botellas que ha traído de nuevo el mar a la tierra, y ellos han amontonado allí. 

-¿No se podrían reciclar?, pregunto.

-Algunas sí, pero la mayoría no, contesta Alejandro Romero, un pescador de 39 años entre los más platicadores.

-¿Por qué no?

Selecciona una de las botellas de dos litros y la aplasta con la bota. En vez de compactarse de manera flexible, la botella se rompe, liberando astillas de plástico que la brisa pone a volar. El sol ha degradado tanto el material que ya no tiene ningún uso. 

Un chivo ahogado en el río quedó anclado a una barda de contención de basura, en la desembocadura al mar. Simone Dalmasso

Las botellas se quedarán allí hasta que un camión del Ministerio se las lleve. 

Ahora subimos a una lancha tiburonera pilotada por Noé Ortega, un pescador serio como un capitán de marina mercante y musculoso como un estibador. Vamos rumbo a otra playa, al otro lado de la boca del río. Allí no hay servicio de limpieza. Al MARN le preocupa que la pluma del Motagua lleve basura a Honduras, pero no tanto que las playas del lado de Guatemala estén contaminadas. 

Desembarcamos en un lugar del fin del mundo, como el escenario de una película postapocalíptica. A lo largo de costa, hasta donde se pierde la vista, una capa de nieve de duroport y basura de todos colores recubre la arena. Todas las marcas que forman parte de la vida diaria de los guatemaltecos están aquí. Todos esos productos, tan atractivos en las estanterías de los supermercados o en los aparadores de las tiendas, se vuelven aquí objetos abyectos y dañinos. Anoto al azar algunos de ellos.

Aceite Capullo .Refresco Del Monte con Aloe Vera. Crema Nivea. Miel del osito. Jarabe expectorante Flujipect. Ganabol de uso veterinario. Tampico citrus punch. Acondicionador Herbal Essences. Desodorante Body Power, de Scentia. Crema Colorskin. Aceite Havoline de Chevron. Shampoo Expert Detox. Trimetropim, quimioterápico. Herbicida Quimagro moderadamente peligroso. Blanqueador Magia Blanca. Volt, New energy drink generation. Speed Stick.

Una parte de playa de la aldea El Quetzalito, Puerto Barrios, completamente invadida por desechos de plástico traídos por el río Motagua. Noviembre 2019. Simone Dalmasso

-Esto es lo tremendo de nuestra linda Guatemala, dice sombrío Alejandro Romero. En las manos sostiene una jeringa usada, aguja incluida, que el mar vomitó. 

-Uno se acostumbra a la basura. Uno se adapta. Es nuestra forma de todos los días, admite Josué Ayala.

Al mismo tiempo le indigna que El Quetzalito sea una de las comunidades más contaminadas del país sin haber ellos hecho nada para merecerlo. “El basurero de la ciudad no está en Guate, está aquí” agrega. 

Un caballo pasta entre las hierbas que crecen alrededor de la basura. Las avocetas, delicadas aves de plumaje blanco y negro, pican crustáceos y microplásticos entre la espuma amarillenta del mar. Una bandada de zopilotes se da un banquete con una vaca muerta encallada en la playa. 

Una serpiente de basura

No hay nacimiento más triste que el nacimiento del río La Barranca: este pobre arroyo brota en el vertedero de la Zona 3 de la ciudad de Guatemala, adonde van a parar 3.200 toneladas diarias de basura. Cuando llueve, las laderas del basurero se desploman sobre el río cuyas aguas luchan con la basura por salir. Sus aguas pestilentes y cargadas de desechos se derraman, un kilómetro más al norte, sobre el río Chinautla, otra corriente miserable que drena el 60% de los desagües capitalinos. 

El río Chinautla se une pronto al río Las Vacas, receptor de basura y aguas negras de los barrios y colonias del norte de la capital. Las imágenes del río Las Vacas durante sus crecidas son espeluznantes: es tan gruesa la capa de basura que lo cubre, que uno siente que podría cruzarlo sin mojarse los pies. 

El arroyo del río La Barranca, debajo del relleno sanitario de la zona 3 capitalina, en octubre 2011. Durante la época de lluvia, trabajadores informales pueblan ese lugar, conocido como la mina, en búsqueda de metales entre los desechos. Simone Dalmasso

Más al norte todavía, allí donde los departamentos de Guatemala, Baja Verapaz y El Progreso se tocan, el río Las Vacas termina su recorrido vertiéndose en el Motagua, el río más emblemático de Guatemala: 500 kilómetros de largo, 208 metros cúbicos por segundo de caudal promedio, 12,000 km2 de cuenca, la más extensa del país, donde vive el 27% de la población guatemalteca. 

En su cuenca alta, cuando cruza Quiché y Baja Verapaz, el Motagua recibe desechos de varias poblaciones medianas: San Martín Jilotepeque, Joyabaj, Pachalum. Pero sigue siendo un río relativamente sano. Las cosas se tuercen cuando se le une el río Las Vacas, con la basura de la capital. Sus aguas toman una tonalidad marrón oscuro. La pestilencia invade el ambiente. La vida acuática mengua por largos kilómetros. 

A medida que fluye hacia el Caribe, otras poblaciones, Guastatoya, El Rancho, Los Amates, Morales vierten sus aguas negras en él. Los cultivos de melón, mango, uva y banano que cubren sus vegas lo contaminan con plaguicidas y abonos químicos. Se le encarama también la basura que traen sus miles de afluentes.

La silueta de un recolector de basura del MARN, por la mañana del miércoles 6 de noviembre, en la playa de El Quetzalito. Simone Dalmasso

Y así, sus aguas malas llegan a la comunidad de El Quetzalito, la última antes de la desembocadura.

Las primeras lluvias del invierno son el peor momento. Es cuando los sedimentos y la basura acumulada en la orilla de todos los ríos de la cuenca se esparcen en el mar Caribe. Es cuando ocurre un fenómeno que los ribereños llaman el barbasco o el sargazo: es tanta la materia orgánica que las aguas del río se quedan sin oxígeno y los peces mueren asfixiados. 

-Miles de peces muertos vienen con la corriente, describe Josué Ayala. 

Muchos de esos peces, explica el pescador, son especies marinas como el róbalo, que suben el río para desovar en aguas mansas. Peces que le hubiera gustado pescar. 

-Es una tristeza ver esos róbalos así de grandes, muertos, hinchados. Y el hedor de eso… se rememora el pescador torciendo la nariz. 

La desigual lucha contra la basura

De regreso a la aldea El Quetzalito, César Dubón nos guía por la planta de selección y compactación de basura de la cual es responsable. El Ministerio levantó esta construcción de block y techo curvo hace tres años con financiamiento de Taiwán. La bodega está atestada de jumbos, unos grandes costales industriales repletos de botellas, duroport y diversos plásticos. 

La mayor parte de la basura es enviada a la planta de Cementos Progreso de San Miguel. Allí, el plástico se convierte en combustible: la energía que produce su quema permite producir cemento. Las cenizas que quedan pasan a ser parte de la mezcla. 

La compactadora de PET, en fase de construcción por el Ministero de Ambiente y Recursos Naturales, en la aldea El Quetzalito. Simone Dalmasso

La basura almacenada en la bodega fue extraída del Motagua gracias a las biobardas, un dispositivo desarrollado por el Ministerio de Ambiente para capturar basura en los ríos. Las biobardas son unos chorizos de 20 o 30 metros de largo hechos con botellas de soda sujetadas por una malla de nylon. Se amarran a la orilla o se anclan con un peso hundido en el río. Colocadas contra la corriente, estas atrapan parte de la basura. 

Carlos Rodas, delegado del Ministerio en Izabal, asegura que las biobardas capturan el 90% de la basura que trae la corriente. En El Quetzalito los comunitarios hablan de un 15 o 20%: botellas y pedazos grandes de duroport esencialmente. La basura que corre entre dos aguas pasa sin problemas. Además, cuando las crecidas son muy fuertes, la corriente hace saltar los desechos por encima del obstáculo, y estas dejan de ser eficaces. A veces, la fuerza del agua rompe las ataduras de las biobardas y estas se convierten a su vez en basura.

Las biobardas llegaron a El Quetzalito en 2016, el año en que Honduras amenazó a Guatemala con una demanda internacional. En respuesta, el Ministerio instaló estos dispositivos y contrató a 35 personas de la aldea para operarlos, extraer y seleccionar la basura capturada, y limpiar las playas hacia el lado de Honduras. 

¿Un esfuerzo fructífero?

Ricardo Alvarado, el alcalde de Omoa, celebra la mejoría de los últimos años. Sigue llegando basura, pero las cantidades son más manejables. De todas formas, el gobierno hondureño tiene contratadas a 80 personas para limpiar permanentemente los 58 kilómetros de playa de Omoa.

Carla Tobar, 18, lava la ropa a la orilla del río Motagua, en el Quetzalito, mientras su cuñada, Dora, baña a su hija Ánderlin. Simone Dalmasso 

-En términos reales estamos satisfechos con las biobardas, pero no es suficiente, dice el alcalde. En Guatemala tienen que hacer más.

El Ministerio de Ambiente decidió mejorar sus biobardas. Las biobardas 2.0 están en construcción en El Quetzalito. 

En vez de botellas de plástico, el Ministerio pondrá contra la corriente unos grandes tubos anaranjados que normalmente sirven para drenajes. El ingeniero Irraél Chután, quien dirige la obra, explica que los tubos detendrán la basura y la llevarán hacia la planta compactadora. Allí será extraída por medio de una banda transportadora. Luego será seleccionada, compactada y empaquetada. 

El sistema está aún en fase de pruebas. Queda por ver el comportamiento de estas bardas cuando las crecidas ejerzan una fuerza colosal sobre los pilotes que mantienen los tubos. 

La obra costará Q18 millones, y, como mostró una investigación de El Periódico, hay sospechas de amiguismo en la adjudicación del contrato. El MARN intentó primero encargarle la obra a Aurelio Asturias Ekenberg, viejo compañero de ruta del FCN, el partido de gobierno. Asturias generó controversia con un proyecto hidroeléctrico que impactaría el parque nacional Laguna de Lachuá. El proyecto fue cancelado, a pesar del apoyo incondicional del Ministro de Ambiente, Alfonso Alonzo. Finalmente, tras varios tropiezos burocráticos, la construcción de las nuevas biobardas fue encargada a la empresa Sineca, dirigida por Orión Asturias, hermano de Aurelio.

El equivalente de un bote de plástico duro después de haber sido procesado por la máquina compactadora del MARN. Simone Dalmasso

Pero ambientalistas como Gerardo Paiz, del colectivo Madre Selva, consideran que las biobardas no son la solución. Las verdaderas medidas para limpiar el Motagua son otras, como cerrar el basurero de la zona 3. No hay planes en este sentido. Ricardo Quiñonez, alcalde de la ciudad de Guatemala, estima que puede seguir funcionando 15 años más. Tampoco hay plantas de tratamiento en construcción para las aguas servidas de la capital y otras poblaciones de la cuenca del Motagua. 

Por mucha basura superficial que se extraiga, el Motagua seguirá siendo un río enfermo. 

El Quetzalito ya no quiere depender de la pesca

-¿Por qué se llama El Quetzalito la aldea?, pregunto a Josué Ayala, sabiendo que el ave nacional no vive en zonas costeras. 

-Es que antes se dejaban venir los comerciantes de Honduras. Y cuando llegaban, entre ellos se decían “vamos a ganar unos quetzalitos”. Y así le quedó. 

Por la noche, en la aldea El Quetzalito, la mayoría de sus habitantes se reúne en los patios de tiendas y casas para mirar televisión. Simone Dalmasso

La aldea ha cambiado varias veces de ubicación. Antes estaba a la orilla del mar, pero el terremoto de 1976 trajo una enorme ola que la arrasó. Los habitantes la reconstruyeron no muy lejos del mojón que marca el límite entre Honduras y Guatemala. En 1998, el huracán Mitch los dejó con lo puesto. 

Entonces, se alejaron de la costa y se instalaron a la vera del Motagua. La Cruz Roja Española vino y construyó 44 casas amplias, bien hechas, y El Quetzalito volvió a nacer. 

Con los años, las cosas han mejorado. Primero llegó la carretera y hace cinco años llegó la luz. Lo que les falta ahora es agua potable. No la hay. De los pozos solo brota agua viciada: el Motagua contamina el manto freático. Para beber, los comunitarios cosechan agua de lluvia en invierno. En verano, mandan a traer agua en camiones cisterna, o compran agua en bolsitas o garrafones. Para bañarse y lavar ropa, usan el agua del río. 

En la madrugada, Josué Ayala, presidente del COCODE de El Quetzalito, pesca un róbalo en la desembocadura del río, junto con su padre, Mercedes. Simone Dalmasso

- Sacamos el agua del río y dejamos que se asiente el lodo. Para que se asiente más rápido, hay que echarle un poquito de cal. Corta un poco el jabón, pero ni modo, explica Heidi Soto, desde el mostrador de su tienda. 

El alcalde de Omoa, en Honduras, ofreció brindar agua limpia a El Quetzalito y otro par de aldeas cercanas. Falta que la municipalidad de Puerto Barrios instale las tuberías para transportarla. 

Algunos habitantes trabajan en las fincas ganaderas cercanas. Pero la pesca siempre fue la actividad principal de la comunidad. Langostas, tiburones, róbalos, meros, jureles y mirasoles son el sustento de las familias. Pero el Motagua dificulta la pesca. Ana Giró, bióloga que trabaja para la organización Arrecifes Saludables explica el impacto del río sobre el Caribe.  

Jóvenes de El Quetzalito se reúnen, por la noche, a la orilla del río Motagua, donde mejor señal de internet se recibe, para jugar en conjunto videojuegos en línea. Simone Dalmasso

-Los sedimentos que trae el Motagua se vuelven un fango que cubre los arrecifes y los pastos marinos. Esto afecta a un montón de especies que los necesitan para vivir. 

El Motagua es una amenaza para todo el arrecife mesoamericano, la segunda barrera de coral más importante del mundo. Los peces, las tortugas, los tiburones, explica Giró confunden el plástico que flota con su alimento. Noé Ortega, uno de los pescadores de la aldea, me muestra en su celular fotos de peces que ha capturado, con las entrañas reventadas por trozos de plástico. Otro problema es que las redes amanecen cargadas de basura que luego tienen que desenredar.

Josué Ayala regresa a su casa, por la madrugada, con la pesca del día. Simone Dalmasso

Este y otros procesos como el calentamiento global, la pérdida de manglares o la contaminación por químicos han reducido la pesca. Según Ortega, las capturas han bajado un 60% en los últimos años. 

Por eso, los habitantes buscan nuevas actividades: no quieren depender tanto de una pesca que ya no rinde como antes. Una de las ideas que barajan es el turismo. 

Los turistas soñados

Parece una insensatez. Mientras recorremos la playa atestada de basura, batida por unas olas color marrón oscuro, color Motagua, en donde nadie querría bañarse, Josué Ayala, el joven presidente del Comité Comunitario de Desarrollo local (Cocode), habla de traer turistas a visitar El Quetzalito. Es su gran proyecto, y como en todo lo demás, Josué le pone todo su entusiasmo y energía. 

- Se habla de El Quetzalito por la basura, pero hay otras cosas importantes. Queremos mostrar que acá es bonito, dice. 

Para demostrarlo, junto con los demás miembros del Cocode, nos lleva rumbo al Motagua viejo, a unos 15 minutos en lancha de la playa de donde la cuadrilla de trabajadores acumula desechos. Hace 20 años, el Motagua cambió de curso unos kilómetros antes de llegar al mar. La desembocadura antigua, que se adentra varios kilómetros en la tierra, alberga una gran variedad de vida silvestre. 

Un caballo pasta en la playa donde desemboca el río Motagua, a la par de los desechos de plástico traídos por el río. Simone Dalmasso

El paisaje es hermoso. Manglares y bosques rodean el antiguo río y, en tela de fondo, del lado de Honduras, la sierra del Merendón alza su silueta por sobre el mar. Los pelícanos nos sobrevuelan en formación. A lo largo del estero, garzas blancas, martines pescadores y espátulas rosadas como flamencos otean los peces.  

-Aquí tenemos manatís, mapaches, lagartos, nutrias, tortugas, gavilanes pescadores, fragatas, iguanas, desgrana Josué Ayala.

-También tenemos zancudos, bromea otro pescador. 

Josué no le hace caso, y sigue imaginando los recorridos y actividades que ofrecerán a los turistas. 

-Hay arrecifes a media hora de aquí. Podría venir turismo a ver rayas. Puede hacerse avistamiento de loros cabeza amarilla. Hay un sendero que va desde el Motagua Viejo hasta la aldea Quineles. Podemos llevar a los turistas a pescar. Se puede ir por los criques en lancha. 

Josué Ayala no despierta de su sueño:

-Nuestro objetivo es que nos conozcan, mostrar lo que tenemos. Al principio, tal vez la gente que nos visite quiera convivir con nosotros. Luego pensamos construir cuartitos. 

Ya de regreso sobre la playa atestada de basura, blanqueada por millones de partículas de duroport, parece despertar:

-El turismo, con esta contaminación, es difícil. Por eso queremos que todos los guatemaltecos se pongan la mano en la conciencia y dejen de tirar basura a los ríos. 

Zopilotes se amontonan a la orilla de la playa, cerca del cadaver de una vaca traído por el río. Simone Dalmasso

Quizás Josué tenga razón. El Quetzalito debería ser un destino frecuentado por miles de turistas nacionales y extranjeros. Se le visitaría como se visita un memorial, un monumento conmemorativo.  En ningún otro lugar se ve con tanta nitidez ese mundo que se apaga, la naturaleza caribe con sus manglares, arrecifes, su apacible aldea de pescadores y, al mismo tiempo, cómo nuestro consumo, nuestra insensatez, lo ahoga bajo toneladas de plásticos y aguas envenenadas. 

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La biobarda se inaguró el 10 de enero de 2020, cuatro días antes que el presidente Jimmy Morales entregara el cargo. 

La inversión de Q18.9 millones no dio resultado. En septiembre de 2020 las playas de Puerto Cortés y Omoa, en Honduras, se volvieron a inundar de basura. Tras el reclamo del gobierno hondureño, el Ministerio de Ambiente realizó una verificación y constató que la biobarda no había soportado la intensidad del caudal del río Motagua. Dos meses después, en noviembre, la tormenta Eta volvió a dañar la biobarda y a dejar correr la basura hacia el país vecino.

El Ministerio de Ambiente informó que tras la tormenta “los trabajadores y comunitarios fueron evacuados. Paulatinamente fueron retornando y con ello también los trabajos en la planta”. Sin embargo aceptan que hasta el 2 de diciembre de 2020, los trabajos para detener la contaminación aún no habían vuelto a la normalidad.